miércoles, 4 de agosto de 2010

Soviet Sister o la otra cara de lo que sale en Rockdelux


Un grupo de rock que se precie tiene que ser algo más que la suma de sus partes. Y saber tocar, que los días del punk ya han pasado. Si además sus miembros derrochan personalidad, tenemos lo que buscamos: un grupo de culto (horrible pero necesario axioma), o si lo prefieren, un favorito semidesconocido. Por eso, no me cabe duda de que los Soviet Sister fueron (¿son?) una de las mejores bandas de los 90 en Asturias que, en medio de aquello del Xixón Sound, no pudieron comerse una rosca. Pero mejor nos dejamos de epítetos rimbombantes y nos fijamos en su trayectoria.

Soviet Sister es el juguete que, allá por 1994, se saca de la manga Juanma Olay, un guitarrista de la asturiana localidad de Noreña, que debutó en los 80 con Secretos de Alcoba. A finales de la década, se une al resto de lo que fue Bodas de Sangre, oriundos de Pola de Siero, naciendo el grupo La Huella. Allí estaban Marino Zarzuelo (bajista) y Manuel Cordero (batería). Junto a Jorge Ortolá, se conforman como cuarteto y graban un LP que edita Fusión d.e. Producciones, titulado ‘Las horas que vengan’. No se vende bien, editan una maqueta y se separan. Corre 1990 y Olay monta una nueva banda con postulados más guitarreros: El Ansia. Tampoco pasa nada, y a la decepción le sigue una maqueta en solitario que Juanma pergeña con calma y un cuatropistas. ¿Calma he dicho? Nada de eso: todo estalla en 1995. Es la hora de Soviet Sister. Uno de los grupos de guitarras más personales que el que suscribe haya visto nacer, crecer y extinguirse. No se reprodujeron porque nadie ha seguido su estela, pero lso frutos de su andadura, en forma de disco, son de los que perduran, hechos a base de tesón e insistencia. Un par de virtudes que, huelga decirlo, no abundan entre los grupos de rock, más preocupados por el peinado y las luces del escenario que por cosas tan básicas como afinar antes de los conciertos.

Olay, motor del grupo y compositor del 99% de su repertorio, es un personaje peculiar. Un profesor de instituto que, aparentemente, es la antítesis de un funcionario de carrera. Además es un guitarrista intuitivo, capaz de pasar una noche en vela en el local de ensayo a la búsqueda de un sonido concreto en su amplificador. Como Luis Sánchez ‘Poch’ (nada que ver con DDAA), otro fanático de las válvulas y los modelos antiguos de Fender e Ibanez, que es el guitarra solista de Soviet Sister. A ello se le suman dos viejos compañeros antes mencionados, Cordero y Marino. Una sección rítmica formada por dos tipos para los que parece haberse inventado la palabra carisma, y que con Juanma y Poch logran una peculiar cuadratura del círculo. Los cuatro juntos son algo más que la suma de sus partes, y como saben tocar y son auténticos personajes (hmmmm, acabo de tener un déja vu) tenemos lo que buscábamos al principio. Sin etiquetas, por favor. Si acaso, lo dejamos en un buen grupo ¿oquéi?

El único álbum que registró la banda, junto a un par de epés con abundantes inéditos, es uno de los tesoros del pop asturiano de los 90. ‘Inside’, que así se titula el CD, tiene 14 trallazos en forma de canciones guitarreras, dos de las cuales son en castellano y que conformarían un hipotético single capaz de barrer del mapa a todas aquellos grupos sin credenciales que el Rockdelux ponía por las nubes (que levante el dedo quien haya aguantado entero un soporífero concierto de aquellos pedantísimos Migala, por ejemplo). Las canciones a las que me refiero son ‘Jessica’, que parece una revisión de ‘Lolita’ de Nabokov condensada en tres minutos, y por supuesto, ‘Peepshow’: una pieza a contratiempo, distorsionada, guitarrera, desaforada, sexual y arrolladora como un tanque sobre un campo de minas. La canción perfecta, en resumen, que mereció ser ‘Tema del año’ para los oyentes del programa El Ventolín, de RNE en Asturias. Las cosas eran diferentes en 1998…

Las razones por las que Soviet Sister se separan las resume Marino Zarzuelo, Ducados en los labios, con un simple “La vida es así, chaval”. No busquen historias como las que salen en la tele: siguen siendo buenos amigos, y prueba de ello es la excelente actuación que ofrecieron ante un nutrido grupo de amigos en 2008, con motivo del homenaje a David Serna, alma de citado Ventolín y uno de sus mayores valedores. Seis años después de decir adiós, los Soviet respondieron con un ‘¡Hola!’ fugaz pero arrebatador. El futuro es un enigma que sólo la interacción entre músicos puede despejar. Pero algo se masca en estas cuatro mentes en las que no paran de resonar melodías, acordes y ritmos.

Podría decir más. Pero no lo voy a hacer. Busquen el disco o miren el www.myspace.com/sovietsister y disfruten de lo mejor que dio el rock de los 90 en Asturias. Sin noise pop ni gaitas electrónicas, por favor, que eso ya se sabe que perjudica seriamente el cuerpo, la mente y, sobre todo, los intestinos.

Foto: Soviet Sister en directo en 1999. (archivo de J.M. Olay)

jueves, 27 de mayo de 2010

Juanjo Mintegui, o el tío que todo sobrino rockero querría tener

Rebuscando en el árbol genealógico, todas las familias (TODAS, he dicho) tienen un pariente hippie. Y si sustituimos la palabra “familia” por “grupo ochentero” para qué les voy a contar. No es para escandalizarse, ya que muy probablemente usted mismo, amigo lector, pertenece a ese club de garbanzos negros que en el ámbito del rock son legión. A donde quiero llegar es que, en el caso de una banda pionera en la nueva ola astur, como puede valernos La Banda del Tren, los indicios de “pasado sospechoso” pesan sobre cualquiera de sus miembros. Del que más, de Juanjo Mintegui. Pero esto no es echarle la culpa a él de nada. Digámoslo ya: Juanjo es el único músico de Asturias que no tiene enemigos. Y eso ¿qué tiene que ver con lo que nos ocupa? Pues muy sencillo: es el maestro de varias generaciones de rockeros del Principado, léase folkies, poperos, heavies, indies o lo que ustedes quieran. Un guitarrista espléndido, un todoterreno de la música, un instrumentista versátil, un conocedor de todos los estilos, y, lo mejor de todo, un tipo entrañable, amigo de todo el mundo, cariñoso hasta con figuras tan execrables como puedan ser los managers de zona o los porteros de discoteca. ¿Verdad que, dicho así, parece que estemos hablando de Jonathan Richman? Pues aquí tenemos a su hermano gemelo pasado por la lluvia del Cantábrico: Juanjo Mintegui.

Este adorable personaje hizo sus pinitos en 1968 con un olvidadísimo conjunto (como entonces se decía) llamado Viejo Folk, quizá el primer grupo gijonés que tomó nota de coetáneos tan marcianos como Almas Humildes o Vainica Doble. Los primeros años 70 fueron para Juanjo el descubrir la música underground del momento, siempre con una guitarra acústica a cuestas. Tuvo que llegar 1977 para que unos chicos un poco más jóvenes que él (caso de Tete Bonilla o Iñigo Ayestarán) le pidieran que se uniese a una banda llamada Tren de Largo Recorrido. Después de dudarlo mucho, y tras no pocos parones y retrocesos, Juanjo dijo sí. Fue el nacimiento de La Banda del Tren, la más grande escuela de rock que haya dado Asturias jamás, y que encima debutó en el patio de la casa de quien nos ocupa en la Noche de San Juan de 1979. Del grupo, en el que todos eran auténticos personajes, Juanjo era probablemente quien más destacaba (cosa harto difícil en tamaño cruce de personalidades). El más elegante, el más risueño, el más músico… y el único que tenía los arrestos que hay que tener para, en plena fiebre de “busque un hippie y traiga su cabeza”, afirmar que “el mejor grupo de la new wave son los Dire Straits”. ¡¡¡Ole, ole y ole!!! Y pese a ello, en Gijón y en toda Asturias, Juanjo Mintegui era de los pocos tipos respetados tanto por fundamentalistas como por diletantes. Hasta el punto que Jorge ‘Ilegal’ Martínez llegó a afirmar en 1983: “los únicos músicos de Gijón que sabemos tocar y no somos maricones somos Juanjo y yo”. ¿Entienden? Que si comprenden, quiero decir.

Con el paso de los años, La Banda del Tren logró hitos como ser producidos por el hoy denostado Teddy Bautista y, en lo que respecta a Asturias, llevar el rock desde la discoteca de ciudad a la verbena de pueblo sin tener que tocar canciones de Camilo Sesto o Julio Iglesias (para la época esto era una auténtica proeza). Cuando la anquilosis amenazó al grupo, no dudaron en partir peras (gesto de honradez del que muchos deberían tomar nota). Y Juanjo, junto a los más inquietos ex miembros de LBDT, léase los mentados Bonilla y Ayestarán, más Tomás Asueta, formó un supergrupo que se adelantó quince años a los Smashing Pumpkins y a discos como su ‘Mellon Coolie’. En efecto, El Contacto, que ese era el nombre, fue un experimento incomprendido en su momento, que juntaba el blues, el rock, el soul, y el punk. Como si Leonard Cohen se fuese de juerga con James Brown y se hiciesen acompañar por los Damned mientras Georgie Fame se sumase al festín como quien no quiere la cosa. Un sueño de grupo que acabó sus días demasiado pronto. Como todos los grandes, vamos.

Podría decir más, pero sólo se me ocurre decirles que Juanjo es uno de los más respetados profesores del Taller de Músicos de Gijón y que, sin ser una “rock star” siempre ha vivido de la música SIN PROSTITUIRSE. Que ha tocado con todo el mundo del rock asturiano, desde Salón Dadá o Stukas hasta Undeshakers, Screamin’ Pijas o Nacho Vegas (esto último puedo jurar que no lo hizo por dinero). Y que conserva la vieja Fender Stratocaster que se compró y montó a mano en 1977, como si de un tesoro se tratase. Un tipo genial al que es imposible no querer cuando se cruzan diez minutos de conversación con él. Juanjo Mintegui, en suma, es uno de los nuestros. Y ahora me voy a escuchar “Esclavo de la noche” para recordar la primer vez que oí una guitarra llorar y reír a la vez. La tocaba él, claro ¿A qué espera usted para hacer lo mismo?

Imagen: Juanjo en una noche cualquiera de los 80 (Archivo de Tete Bonilla)

lunes, 19 de abril de 2010

Mr. Bratto o el triunfo de lo absurdo


El personaje que este mes ocupa la columna que están ustedes leyendo no está vinculado activamente con los 80. Más bien diría que lo estuvo “pasivamente” (en el sentido menos homosexual del término), ya que Roberto Fernández, alias Maes, Mr. Bratto o “El presi de los Mongoles”, debió dedicar toda esa década a peder el tiempo (placer, por otra parte, que yo mismo reivindico) viendo la tele, oyendo música, maltratando las guitarras que le prestaban y dibujando monigotes que me consta ha perdido, dado su carácter anárquico y alegremente desprendido, despreocupado y desocupado. Unos años que continúan vigentes para él, no por lo recordado del momento sino porque desde entonces ha vivido la existencia sin más pretensiones que pasarlo bien, frase que resume la filosofía de este asturiano renacentista. Y esta última palabra vale en todas sus acepciones, ya que aparte de músico, discjockey, dibujante, escritor, fotologger, coleccionista de cosas imposibles, filósofo de barra de bar, showman, tatuador y lo que ustedes quieran, Roberto ha “vuelto a nacer” en varias ocasiones, sobreviviendo a numerosos accidentes de tráfico, desgracias domésticas y otros asuntos violentos más onerosos y turbios, de parte de maridos traicionados, músicos celosos o personajes nocturnos “de dudosa catadura”, como a él le gusta referirse, parafraseando a varias generaciones de abuelos de este país y allende los mares.

Mr. Bratto saltó a la fama underground con su grupo Los Ass Draggers, primeramente conocidos como The Smellie Fingers. Antes, mucho antes de eso (nació “por accidente” en 1972) ya torturaba a su parentela “extorsionándoles para que comprasen mis primitivas revistas de dibujos, hechas con grapas y todo”. Esto, según relata el mismo interesado (nunca mejor dicho) tenía lugar a los seis años. O sea, que Roberto-Maes-Bratto empezó a hacer el paria al tiempo que Kaka de Luxe, en 1978. Y nosotros sin saberlo…

Hacia el año 90, Bratto, convertido en un apuesto calavera y exhibiendo su particular sentido del humor imbatible aunque caigan chuzos, se mueve como pez en el agua en el Oviedo rockero. Desarrollando, eso sí, una enorme aversión por casi todos los integrantes de esa escena. Junto con Gus, Hugo y otros alegres inadaptados, funda The Smellie Fingers, la banda de punk rock guarro y cutre (“Raunch and cheezy”) que hasta la fecha ha sido el único grupo asturiano que haya llamado la atención de Tim Warren, un personaje esencial a la hora de hablar del rock and roll más genuino (en términos underground) desde los 80 hasta ahora, sobre todo por su sello Crypt, que acogió el punk más cafre del orbe que concebirse pueda. Y no, esto no tiene nada que ver con Pennywise, Bad Religion, Green Day o NoFX. Quien busque ese punk de boutique, más vale que acuda a los programas de siempre. Lo de Smellie Fingers-Ass Draggers es otra historia, mucho más emparentada con Nine Pound Hammer, Raunch Hands, New Bomb Turks, Hard Ons o todos esas bandas que hacen de la velocidad, los acordes sucios, las letras gamberras y la actitud de “nos lo pasmaos bien y al que no le guste, que se joda” un ideal de vida.

Uno de los trabajos (por llamarlos de alguna forma) que este personaje ha desempeñado con más descaro es la de editor underground. Así, en 1989 (creo recordar) salía a la venta ‘Contrabando de avellanas’, un surrealista fanzine donde en la más preclara línea punk, este genio y sus amigos no dejaban títere con cabeza. A renglón seguido (o sea, cuatro años después) haría acto de presencia ‘The Hot Dog Mag’, más centrado en la música acelerada (insisto en que no hay que mencionar hardcore melódico, ni del otro, sino punk rock) e igualmente ácido. A las dos entregas de este fanzine se le suma ‘Chihuahua’, una revista de cómics donde, huelga decirlo, Maes se cagaba en Moebius y cualquier pretensión intelectual para brindar al lector ilustraciones más cercanas a Robert Crumb y al tebeo americano más grasiento y gamberro que imaginarse pueda. Y esto sólo es la punta de un iceberg tremebundo.

Lo peor que puede pasar es que la labor de Maes se ponga de moda. Eso le brindaría unos cuantos billetes que, sin duda, se merece. Pero por otra parte le convertiría en objeto de artículos para “EP3” (o como se llame ahora el Tentaciones) y demás parafernalia mediática que, como de costumbre, se entera tarde y mal de todo, para luego abandonar a sus protegidos de fin de semana con un adiós muy buenas y que te zurzan. Un asquito, vamos, del que vale más que Manitú nos libre.

Podría decir más, pero una visita a www.mrbratto.com o unas risas en forma de entrevista marciana y delirante, por cortesía de la web Calzada News (http://www.xuanel.com/entrevistas.php?cod=121) resulta mucho más ilustrativo. Roberto Fernández es el triunfo del surrealismo, el sinsentido vuelto forma de vida. Un genio incomprendido e incomprensible, pero a buen seguro que Kike Túrmix (qepd) sigue moviendo su voluminoso físico en el más allá a ritmo de ‘Hot rod Clayton’. Lo podría jurar por el alma de Robert Johnson, aunque eso, claro está, no es garantía de nada.

Imagen: Maes/Mr. Bratto –derecha- con un alegre habitante de sus sueños (tomado de su Myspace)

miércoles, 17 de marzo de 2010

Capitán Cavernícola Blues Band, o séase, la esencia del Rock and Roll


Abro mi colaboración en la sección de firmas de www.nuevaola80.com con un homenaje a unos músicos astures que comenzaron en los 80 y que acaban de editar su nuevo álbum, tanto en CD como en glorioso vinilo de 180 gramos. El rock and roll estará vivo o muerto, según quien tenga argumentos para afirmarlo, pero estos seis locos por la música negra (y por otros muchos estilos) han superado escollos, deserciones, reveses y maldiciones desde el mismo día de su fundación sin que por ello hayan parado de subirse a un escenario a lo largo de los últimos 25 años.

Capitán Cavernícola Blues Band, o lo que es lo mismo, los paladines de la diversión en forma de rock and roll desenfadado y eficaz que ha dado el Avilés rockero, no nacieron ayer. Si nos remontamos al pasado remoto (que para estos lares es lo que hay), la cosa inicial estalla hacia 1985. Luis y Pablo Fernández, alias ‘Los Gemelos’, eran dos mods incipientes naturales de Luanco que de una u otra manera descubrieron los encantos del sonido ‘sixties’. De ahí a hacerse unos conocedores detallados de todo lo que era el soul, el beat, el rhythm’n blues, el pop art o la psicodelia pasaron unos pocos años, los suficientes para juntarse con otros locos como Fernando ‘Tarin’, Juan Carretero, Fran Corao o una modette (creo que se llamaba Cris) y dar forma al primer episodio de su carrera musical: Los Módicos. Grabaron algunas maquetas y llegaron a tocar en el primer Purple Weekend que organizaron en León Los Flechazos. La experiencia, logros incluidos, no fue todo lo satisfactoria que debía y tras idas y venidas, cambian de fase. Corren los 80 y dan un vuelco hacia las raíces convirtiéndose en Los Vengadores, que además superaron la ilógica pelea de tribus urbanas al incluir como frontman a un rocker clavadito a Loquillo (aunque algo más bajito): Fran ‘Rudy’ Martín. Los Vengadores grabaron un pedazo de tema llamado ‘The real good time’ que a día de hoy sigue siendo lo más parecido a Wilson Pickett que haya compuesto ningún grupo de rock en Asturias.

Pero aunque los problemas no acabaron, la solución fue a mejor. Rudy se acabó largando de Avilés y Los Gemelos conocieron un buen día a otro fan de la tribu del tupé, con una chupa como la de Elvis, unas gafas como las de Buddy Holly y una garganta como la de Solomon Burke. Fue este espécimen y no otro, el gran Alejandro Nelson ‘Chile’, quien acabó convertido en su vocalista y amigo del alma ideal, y con el que echó a andar Capitán Cavernícola Blues Band. Desde entonces han cambiado de formación tropecientas veces, han grabado discos más o menos afortunados, han tenido fases de desesperación y otras de euforia. Pero lo importante es que han sido desde 1993 al día de hoy la más divertida de las propuestas rockeras que la ciudad ha conocido. No son virtuosos, pero sí efectivos. No graban discos conceptuales, sólo las canciones que les motivan. No tienen pretensiones, pero fueron los primeros en decirle al bajista de los sobrevaloradísimos Manta Ray que existe una cosa que se llama “ecualizar”. No van a copar la lista de éxitos de la MTV, pero hacen lo que les da la gana, y encima pasándoselo bien y sin más intención que ofrecer un rato de rock eléctrico, buenas vibraciones y la sensación de que el público ha ido a ver algo que le haga olvidar los problemas del día a día con temas tarareables, potentes, bailables (en el sentido menos pastillero del término) y sobre todo entretenidos. O lo que es lo mismo: un auténtico grupo de rock and roll en medio del marasmo que ha dejado OT en la memoria del españolito medio.

Podría decir mucho más, pero el mejor argumento que tengo es este disco, ‘La era de los metales’, en el que ‘Los Cavernícolas’, como popularmente se les conoce en la región, repasan los mejores temas de su repertorio, revisando algunos ya grabados y presentando otros nuevos con las mismas buenas maneras de siempre. No lo dude: en caso de sufrir sordera tras la última audición del regreso de Chimo Bayo, una visita a www.myspace.com/capitancavernicolabluesband cura los males de la vida, sea un jefe desaprensivo, una ex pareja despechada o un suspenso en esa oposición que alguien ha comprado. Es solo rock and roll, pero ¿existe algo mejor para una noche de viernes? Si la respuesta es Sálvame De Luxe, hágame un favor: suicídese. Y si no quiere llegar a ese extremo, vaya haciendo hueco en su agenda para ver a Capitán Cavernícola en la gira con la que presentan este álbum. Hay otros mundos, pero están en este. Y el de Pablo, Chile, Luis, Charly, George y Rubén, actual formación del grupo, es de los más divertidos que existen. Paraula d’Stone, que diría Jordi Tardá.

Imagen: CCBB fotografiados por Marieta Álvarez Sanjurjo.